miércoles, 18 de abril de 2012

Escaparé

Siempre mirando hacia atrás en su huida, no vió la fuente de cemento que estaba junto al portón, tropezó y cayó de bruces en el agua. Y de pronto una mano la ayudó a salir. Era un chico de su edad, tal vez un año más grande, de cabello algo largo, lacio y castaño, con una sonrisa perfecta y dos lunares en su mejilla. Era Thiago, recién llegado del aeropuerto, que con aires de caballero le preguntó, mientras ella empapada, tiritaba:
-¿Y vos quién sos?
Marianella no podía ni pensar en su nombre. Solo en esa extraña sensación que tenía en su panza, una especie de revoltijo mezclado con calor. Y un olor que le quedaría impregnado para siempre: el agua de la fuente estaba repleta de flores de jazmín.
Así funciona muchas veces la providencia: escapando del destino, no hacemos más que correr hacia él.

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